La imagen de arriba en una micrografía electrónica de color mejorada de un tardígrado, u oso de agua, de milímetros de longitud que se arrastra por el musgo.
Se sabe que estos bichejos son capaces de vivir durante décadas sin comida o agua, de sobrevivir a temperaturas que oscilan entre el cero absoluto a muy por encima del punto de ebullición del agua, de sobrevivir a las presiones de cerca de cero hasta las del fondo del océano y de sobrevivir a la exposición directa a radiaciones peligrosas. Por ejemplo, a mediados de siglo XX, el científico-médico Colombiano Guillermo Nossa añadió agua a algunos tardígrados secos que estaban sobre la hoja de un helecho que llevaba seca en un museo desde el siglo XVII y, tras 120 años, se despertaron y continuaron su vida normalmente. Esta resistencia permite a los tardígrados sobrevivir a temporadas de frío y sequedad extremos, radiorresistencia a la radiación ionizante y resistencia al calor y la polución. Existen estudios que demuestran que, en estado de metabolismo indetectable, pueden sobrevivir a temperaturas que oscilan entre los -272º C y los 149º C,2 así como a la inmersión en alcohol puro y en éter. La supervivencia de largo alcance de estos extremófilos se puso a prueba en 2011 fuera de un transbordador espacial en órbita. Vamos, que dejan a las cucarachas y su legendaria supervivencia a la altura del betún.
Los tardígrados tienen esta extraordinaria capacidad de supervivencia en parte porque pueden reparar su propio ADN y reducir su contenido de agua en el cuerpo a un pequeño porcentaje. Algunos de estos osos de agua casi se convirtieron en extraterrestres recientemente cuando fueron lanzados hacia a la luna marciana Fobos a bordo de la misión rusa Fobos-Grunt, pero permanecieron terrestres porque un cohete falló y la cápsula se quedó en la órbita de la Tierra. Los tardígrados son más comunes que los seres humanos en la mayor parte de la Tierra.
Fuente: APOD
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